Comentario
El proceso de feudalización atravesó, no obstante, una serie de pasos previos (antes de su consolidación) a partir del siglo XI y tampoco fue un fenómeno estático e incorregible, sino revelador del cambio social, económico y mental de toda una época.
En principio, el origen más remoto del sistema feudal hay que buscarlo en la serie de cambios estructurales que tuvieron lugar en la transición de la Antigüedad al Medievo europeo tras la conformación de lo que se ha dado en llamar la civilización romano-bárbara; especialmente en lo que concierne a la fragmentación del poder tardorromano imperial y los mecanismos jurídico-sociales a través de los cuales el Estado romano percibía y administraba el impuesto agrario. A este respecto las teorías e interpretaciones llamadas fiscalistas -de pervivencia de la fiscalidad romana hasta el año mil- y defendidas por autores como Durliat y Depeyrot en Francia o J. M. Salrach en España, abundan en la perduración más que en la interrupción y plantean una nueva visión de la transición que en muchos aspectos llevan hasta el siglo X (como hacen G. Bois o P. Bonnassie). Aunque otros aspectos también influyeron en dicha transición al debilitarse las redes del intercambio comercial y de la circulación monetaria, provocando asimismo el hundimiento de la vida urbana, más lentamente en unas áreas (como las mediterráneas) que en otras y llegando a desaparecer en unos lugares cuando en otros se mantuvo un nivel y estructura aceptables. Resultando de todo ello el proceso de ruralización conocido y el fortalecimiento de los grandes fundos como centros locales de poder, junto con la fusión o la desaparición de la aristocracia senatorial romana respecto de la militar germánica.
Tras el paréntesis carolingio prosperó, en primer lugar, el incremento del dominio territorial de la aristocracia militar y del control de los grandes propietarios y, en segundo, la apropiación del excedente campesino a través de la coerción y la instrumentación jurídica de los hechos consumados en el expolio total o parcial de la renta; convirtiéndose los propietarios de la tierra en usurpadores del excedente campesino en beneficio propio y para epatar ante sus iguales (pares), después de haberse iniciado en el sistema como redistribuidores de recursos entre las clases dependientes y serviles. De ahí que -como ha indicado G. Bois-, mientras los grandes dominios, aún minoritarios, evolucionaron hacia una identificación de los antiguos esclavos y los nuevos colonos, los pequeños, por su parte, siendo en mayor número, hicieron perdurar el esclavismo; lo que refuerza las teorías continuistas en lo social, al igual que hemos visto con las fiscalistas en lo hacendístico, hasta el año mil.
Los intentos carolingios de reconversión y utilización de los vínculos privados, que postergaban a los particulares frente a los poderosos (potentes) en busca de su protección, como base de un sistema de gobierno valido para su vasto Imperio, fracasaron. Pero si bien con el fracaso acabó por hundirse el Estado, la disgregación del poder sembró la semilla del sistema feudal que sobrevivió a las estructuras carolingias y representó un modelo implantado en todo el Occidente europeo con mayor o menor intensidad.
En efecto, el feudalismo representó una respuesta práctica -que luego los historiadores han convertido en teórica a través de sus interpretaciones- a los problemas surgidos en las relaciones sociales, las estructuras productivas y las dependencias políticas. Pero dicho fenómeno se introdujo lentamente en etapas acompasadas, cuyos resultados no acabaron de completarse hasta el siglo XIII, para adentrarse en otra transformación durante los siglos bajomedievales, con las crisis y recuperaciones del sistema.
El distanciamiento entre los milites y los campesinos fue cada vez mayor. La aristocracia militar -heredera o no de la época carolingia y otónida- se fue haciendo con grandes dominios rurales explotados a través de instrumentos socioeconómicos y jurídicos garantizados por las leyes y códigos feudales (de lo acostumbrado o lo escrito). Pero fue la apropiación del excedente de la renta campesina lo que representó una postura de fuerza y ventaja frente al debilitado campesinado que recurrió a los señores, de buena voluntad u obligados por las circunstancias; circunstancias que llevaron a este campesinado, que pudo tener sus propios medios de producción, a perder libertades de maniobra con sus rentas y caer finalmente en la servidumbre.
Mientras tanto, las solidaridades verticales de los linajes aristocráticos fortalecieron a la clase señorial mediante la cohesión del grupo familiar y la vinculación entre superiores e inferiores en una relación clientelar, consolidada a través de la prestación recíproca de servicios y ayudas que se correspondió con la entrega de feudos, tenencias, honores, etc.; aumentando aún más los lazos vasalláticos y acabando por convertir los dispendios de las concesiones en vitalicios y hereditarios. Pese a ello, la misma aristocracia no llegó nunca a constituir un grupo homogéneo y en bloque, pues la gradación de su categoría socio-política y de la interdependencia entre sí fue variada y escalonada: desde el rey hasta el último de los caballeros que formaban parte del séquito de cualquiera de los barones, condes, duques o potentes. Estableciéndose una jerarquización de funciones, responsabilidades y ejecuciones de acuerdo con las categorías de los beneficios, pero conducentes en todos los casos hacia la configuración de una aristocracia de estirpe o de sangre (de linaje), solidaria dentro del clan y también entre si como principal arma de defensa de sus intereses y predominios frente a las agresiones del resto del cuerpo social identificado o no con el sistema (campesinos dependientes, alodiales, burgueses, etc.).
El incremento, a veces continuado, del poder económico, del prestigio social y del predicamento jurídico-político, acabó finalmente por convertir al señor feudal en un usurpador de los poderes públicos por un lado (capacidad militar, justicia, fiscalidad) y en un controlador de la economía campesina a través de las exacciones y prestaciones que sobre las rentas del campesinado hicieron recaer los señores pare componer la renta feudal (integrada por derechos, censos, décimas y otros conceptos).
Como define Iradiel, "las cesiones o privatización del señorío y de la jurisdicción significaban de hecho la feudalización del poder y de la justicia. Poder y justicia secuestrados al poder central y legítimo para el momento histórico, soterrando a la sociedad civil que desde el Bajo Imperio romano había ido sumergiéndose en una indefinición favorecedora de todo poder autócrata que surgiera, como así fue, en el panorama político de la época".
Toda esta transformación de la sociedad rural fue recreando como colofón una mentalidad feudal, sostenida por una base ideológica compartida por los protagonistas encumbrados, soportada por los dependientes, legalizada por las leyes, legitimada por la Iglesia y perdurable, al menos sin contestación generalizada, hasta el siglo XIV.
De hecho el esquema trifuncional de la sociedad de los órdenes (bellatores, oratores y laboratores), sin dejar de ser sobre todo un horizonte teórico, una aspiración compartida y un esquema mental, no desmereció en su éxito desde que Adalberón de Laón (en el siglo X), en su celebre poema "Carmen ad Robertum regem francorurn" acuñara tal fórmula y la realidad le diera el contenido suficiente como para superar cualquier ataque ideológico o político. Todavía, pues, en el siglo XIII, el esquema en concreto es incontestable, a pesar de que algunos juristas comiencen a incluir como un grupo aparte el de los "burgenses" o pobladores de las ciudades.
Pero la materialización de la feudalidad se soportará fundamentalmente sobre la doble base de la explotación señorial de la tierra, con un régimen jurídico propio, y la fidelidad (fidelitas) que, como expresa a principios del siglo XI Fulberto de Chartres, debe tenerse presente a través del juramento, el cual será "sano y salvo, seguro, útil, honesto, fácil y posible".